¿Si el desayuno cambia, la rutina cambia?
El desayuno como símbolo de una cultura de sabores que cambia a mi alrededor.
Hace ya unos meses (2 casi escasos meses), me he mudado a CDMX. Desde mi anterior mudanza a Buenos Aires (hace 17 años) no sentía el cambio a mi alrededor tan poderosamente.
Mis horarios han cambiado sustancialmente desde que vivo aquí. Parte un poco de ese cambio es la comida.
Extraño la causa, la papa rellena y el ceviche bien picante.
Pero lo que más extraño es la avena que comía, la mermelada que decoraba esa avena, la mantequilla de maní que resbalaba por entre los frutos rojos que había desperdigado por el plato. Todo eso extraño.
Ahora mi plato de desayuno es esto:
Sí, es un plato de avena … pero no es esa avena que comía en Lima. Sí, hay mantequilla de maní … pero extraño el aceite de maní que resultaba de lo bifásica que es esa mantequilla que solía comer en Perú. Creo que lo que más se parece son los frutos rojos. Hasta la canela sabe distinto.
Me da pena saber que los sabores cambian cuando llegas a otro lugar. Aunque los insumos sean los mismos, los sabores parecen hasta de otro planeta. Como si no pertenecieran al imaginario universal de tus sabores recordados.
Pero nadie habla de esto lo suficiente. Parte del desarraigo que sientes cuando te mudas a otro país, parte de los sabores que ya no tienes presentes contigo.
Y ahora queda hacernos otros desayunos, y otros sabores aprendidos.
Porque qué son los gustos, sino sabores que vas adaptando a tu paladar y los vas reconociendo como propios, como amorosamente tuyos.
Ya estoy con muchas ganas de ir haciendo sabores míos en este nuevo lugar que estoy descubriendo. Sí, los sabores serán otros, pero eso está bien. Está muy bien que los sabores sean distintos, que las experiencias sean otras. Si ya tomé la decisión de estar en otro lugar geográfico, estoy listo para los nuevos desayunos. Aunque estos todavía no me sepan a nada.