Lo genderfluid ha venido para quedarse en este siglo XXI.
Me encanta.
Estando a pasos del primer cuarto de siglo (¡WOW!), son más y más los proyectos de moda que toman la inclusión de diversas expresiones de género como un estandarte de identificación.
Y lo hemos visto también en la música y su vínculo cada vez más importante con la moda. Por ejemplo, el fenómeno que fue Lil Nas X el año pasado, con su powerbottomness y su ornamentación nada “masculinizante” que fue alabado por la comunidad y por sus millones de fans que aplaudían su indumento en las redes sociales.
Y si nos vamos a poner starsystem, el caso de la marca ALTU de Joseph Altuzarra, vistiendo a Troye Sivan para la elitista y bastante vacua MET Gala.
Ni qué decir de los diseñadores genderfluid Harris Reed (actual directore creative de Nina Ricci) y Ludovic de Saint Sernin (actual directore creative de Ann Demeulemeester) con sus siluetas “diversas” en cuerpos que ya son los archiconocidos en el mercado: cuerpos delgados, trabajados, hedonistas.
Y no me malinterpreten, no estoy diciendo que toda la moda genderfluid está determinada sobre cuerpos hegemónicos. Sin embargo, la indumentaria genderfluid que más acogida tiene por la prensa especializada, por la crítica de moda, por las redes sociales y por ende, por los públicos, es la que está puesta encima de un cuerpo hegemónico.
No sé si la tendencia de moda Y2K tiene la culpa de todo. Porque no solo regresó el pantalón de extremo tiro bajo a la cadera, sino que regresó todo el culto al cuerpo que aprendimos en los 2000s (y todos los traumas adolescentes que esto trajo) y la relación simbiótica entre el starsystem y las casas de moda.
Las redes sociales no se quedan atrás en todo esto. Es cada vez más común ver en Instagram a cuerpos extremadamente delgados o trabajados en un gym y con una ornamentación genderfluid siendo celebrada, que una corporalidad que no es hegemónica. Por ejemplo :
A partir de estos discursos es que se entiende que hay una narrativa de lo genderfluid.
Hay una mayor aceptación de este tipo de ornamentación si es que el cuerpo que lo porta es regido por lo socialmente aceptado y celebrado.
Por el contrario, si es que a una corporalidad que no responde a estos cánones se le ocurre expresarse desde lo genderfluid, pasa lo de Sam Smith hace unos meses. Ser víctima de gordofobia por enunciar su expresión de género.
Lo que resultó de todo esto fue su presentación con un leotardo inflado del diseñador indio Harri en los Brit Awards de este año, que no solo jugaba con su silueta, sino que era un gran “jódanse” a todx aquel que le había criticado por su corporalidad.
Entonces, ¿qué pasa con lo genderfluid y las corporalidades hegemónicas?
Termina siendo una aceptación social muy condicionada. Puedes ponerte esto, pero sólo si luces de determinada manera. Hay un condicionamiento operante que termina siendo una relación de poder más sobre cuerpos no hegemónicos.
O como dice Majida Kargbo en su artículo “Hacia una nueva relacionalidad: fotografía digital, vergüenza y el sujeto gordo” :
“El movimiento hacia lo visual brinda un espacio no solo para la positividad corporal y el orgullo gordo, sino también para una reorientación radical y una reinvención del papel de desprecio hacia el sujeto gordo, de modo que las respuestas afectivas de vergüenza, disgusto y desorientación que a menudo se unen al encuentro con la imagen del cuerpo gordo no se conviertan en un lugar de negación, sino en la creación de nuevas formas de relacionalidades que nos permiten imaginar lo contrario”.